El New Yorker llegó a su domicilio como cada semana. Lo más lindo siempre han sido los diminutos dibujos a tinta y su gran portada. Bueno, la palabra “gran” no se refiere al tamaño, sino a la magnitud del diseño, sobrio y elegante, se diría. Nadia abrió la revista y pensó que los dibujitos del semanal siempre han estado llenos de ternura y sadismo, en simultáneo. Apreció los dos poemas semanales y la sección fiction. Hubo un día en que Nadia estuvo tan enferma que lo único, lo único que el Covid pandémico la dejó hacer fue leer el New Yorker de tarde a mañana. Como su única compañía era la revista, obvio se enamoró de ella. Del semanario le fascinó la puntualidad de sus citas, su olor, la textura brillocita y lisa de cada página, la tipografía, obvio el contenido y hasta los anuncios publicitarios de estilizadas féminas de piel lechosa y opaca, o bien, gorditas de complexión frambuesa con chocolate.
El verano pasado, cuando a la Nadia vulnerable le dio tendinitis en la mano derecha, usó la revista para practicar dibujar círculos concéntricos con un marcador alrededor de la foto de un caballo blanco y una mujer anunciando suéteres de lana multicolor. ¿O tal vez se anunciaban relojes mega caros? Dos veces al menos, su hijo el “no incorporado a la sociedad” ha roto en bastantes pedazos la revista. ¿Castigo al semanario por haberse afresado tanto en el transcurso de los años? Sin embargo, en un acto de contrapropuesta literaria, el New Yorker fue o ha sido, para este hijo, una inspiración para crear su propia revista de adolescente hiper radicalizado. The Berliner está hecha de costosas fotocopias a color y supuestamente ha nacido como un antídoto personal contra la supuesta fresés del New Yorker.
El padre del adolescente, de nombre “Aún Menos Incorporado a la Sociedad”, también ha odiado la revista, llamándola a piece of trash suitable only for fruitcakes. Los dos han guerreado incansablemente a la madre, o sea a Nadia la suscriptora, por su suscripción semanal. Claro, ella a veces los descubre con sus delatoras carcajadas ocultos riendo en el baño, o en la cocina entre el montón de papel para el reciclaje, recortando articulitos o estos mini dibujos de los que Nadie, perdón Nadia, hablaba anteriormente. Una vez hasta se pusieron a remendar las tiras del rompecabezas de algunas páginas del New Yorker porque encontraron un texto que valía la pena ser leído “para cuestionar”. Nadia la de las redes sociales diría LOL, si no fuera esta una expresión tan prematuramente obsoleta.
Un día, el amigo más alto de Nadia le enseñó un New Yorker viejo, de cuando la revista costaba $1.95 dólares. Ahora cuesta $9.99, pensó. Es una revista de colección, se dijo Nadia. Pesa, es gruesa y es la revista del 6 de diciembre de 1993, se dijo entre dientes. Esta portada sí que es Grande, reflexionó. En la portada observó campesinos de tez morena que cultivan sus maizales al mismo tiempo que son perseguidos por una calaca gabacha. No, no es la Catrina, pensó Nadia la de los estereotipos, esta sí que es la mera muerte. El polvo de las páginas le produce escozor y resequedad en las manos y lo cafesoso de las páginas muertas causan en la Nadia depresiva, además de una aguda tristeza, una especie de comezón en el seno derecho.
Tree chic, anuncia un perfume ESTĒE LAUDER, the Golden Compact Collection aparecen esferitas y corazoncitos dorados que son decoraciones de Navidad. Algunas páginas más adelante, la foto más horrenda que Nadia haya visto últimamente está separada con un paper clip. A pie de foto se lee, Susan Meiselas’ photograph in “The Times Magazine” in February 1982, as Congress debated aid to El Salvador. Los padres de su amigo el más alto conservaron bien esta revista, pensó la Nadia politizada, porque hasta adquirieron dos ejemplares, según dijo su amigo. El artículo es sobre los acontecimientos de El Mozote en 1981, lee Nadia a Nadie en voz alta: “By Tuesday morning, December 8th, the guerrillas at La Guacamaya could hear the sounds of battle, of mortars and small-arm fire, coming, it seemed, from all directions, they knew by now that perhaps four thousand soldiers had entered the zone…” OMG ¿Esta revista… parece otro New Yorker, con otra visión social? ¿O es otra forma… com-ple-ta-men-te diferente de crear contenido y de reflexionar con todos nosotros sus lectores?
The Berliner, la revistita nacida en California, en la pequeña casa amarilla donde Nadia, cohabita casi siempre con prácticamente nadie, consta de unas cinco páginas. Durante las vacaciones de invierno, Nadia ayudó a su hijo a encontrar un templete gratuito estilo revista para diseñar la publicación. The Berliner dio a luz su primer número una mañana de lluvia inclemente. El hijo quiso que su revista fuera completamente reciclable, así es que decidió coserla a mano, es decir, con hilo y aguja, lo cual tardó bastantes horas. Como a las cinco de una mañana, de una mañana globalmente cálida, justo a la hora en que nacen las viejas publicaciones, quedaron completados los primeros cinco ejemplares de la naciente revista. El hijo y el padre se convirtieron en exitosos repartidores. Los ejemplares fueron por primera vez repartidos gratuitamente a los transeúntes. Bueno, se pidió una contribución de $0.25 centavos, pero la gente solo aceptó la revista con un gesto de tremenda amabilidad. Nadie pagó nada.
Imagen tomada de The New Yorker
| Maricruz Huerta (Ciudad de México, México, 1970). Maestra en el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles. Estudió Artes Visuales en la Academia de San Carlos y una maestría en Filosofía en California State University, L.A. La mayor parte de su actividad creativa ha estado dedicada a la pintura y a las artes visuales en general. Sus intereses se centran principalmente en los lenguajes visual, escrito y oral, la naturaleza, concretamente los ríos, la filosofía del lenguaje, la estética y la filosofía nietzscheana. Ha publicado ilustraciones y textos filosóficos en la revista Philosophy in Action de la CSULA y en la Gaceta de la UNAM. Forma parte del colectivo de poetas dirigido por Juan Carlos Martinez Parra. |
